domingo, 16 de mayo de 2010

Aquello (o de cómo no retener arena en un puño)

Como en un viaje de tres días, en el que el segundo es ya el penúltimo. Así habitaba en la vida ese tal… Seguro de hallar aquello que tanto aguardaba, pronto, muy pronto. Lástima que estuviese igualmente seguro de que cuando se le revelara aquello, como de forma inevitable habría de suceder, sería tan tarde, demasiado tarde.
Ocurriría como de costumbre, tendría el tiempo necesario para alcanzar a imaginar, siquiera a rozar, el fortunio de su hallazgo; y el tiempo suficiente para empaparse de la prematura melancolía al comprender que más tiempo, y conocerlo más a fondo, hubiese sido todo un triunfo.
Ahora venía a su mente lo curiosa que siempre le resultó la diferencia entre el tiempo en espera y el tiempo en acción; pues si bien había un gran abismo entre ellos, estaba acostumbrado a cruzarlo de un salto, ahora con apenas esfuerzo, y se deleitaba en el acto de algo conocido y perfeccionado, aún sin entender nunca por completo.
Ya le había sucedido otras veces, la espera que se torna consciente sin previo aviso, y aumenta conforme se aproxima el ansiado lapso. Inútil intentar eludirlo, en vano pensar en renunciar a él; pues este tal lo prefería así, puro y ácido, o amargo, pero nunca dulce o salado, por ser el gusto más empalagoso o vulgar, y enmascarar o perdurar menos en su memoria, en su paladar. Esa atracción que lo obligaba a desear eternizar aquello, pero esa consciencia que bien aprendido tenía ya que lo mejor era resignación y carpe diem. Al fin y al cabo ya era todo un experto, aunque jamás recordó haber estado conforme con su actuación, quizás una circunstancia más, liviana característica de tales encuentros y desencantos.
Sin embargo, todos aquellos anteriores se le aparecían ahora como meros preludios, aún sin quitarles un ápice de importancia, como sin duda se merecían, teniendo en cuenta que siempre habían llegado como solución a una etapa y enigma de la siguiente. De hecho, últimamente su tiempo permanecía en espera, inmutable. De esta manera prefería renunciar a aquellas ocasiones en que trasvasarse a la acción, y permanecía en las aguas calmas, salpicando de cuando en cuando. Eso sí, con una opresión en su ser, en su disposición, que con cada experiencia logró apaciguar, pero que nunca consiguió burlar por completo. Como aquel infeliz a la deriva, que si bien vislumbraba la playa y ya tocaba el fondo, mas en vez de erguirse sobre sus pies y seguir los pasos rasos de su alma camino de su casa, aún por conocer; renunciaba a cualquier intento de antemano, pues ya entonces se sabía fracasado, y el tocar fondo no era más que una evidencia. Así, se dejaba arrastrar impávido por la marea, hacia un profundo y oscuro océano, donde el gélido frío punzante pronto se transformaría en una cálida envoltura, de la que jamás escaparía. Mientras, sus brillantes pupilas se posaban en las de su alma, amante en espera, que aunque decepcionada observaba desde la arena, comprensible, apenada, la invariable trayectoria del que la rechazó; un instante antes de darse la vuelta y proseguir su marcha.

Esa noche tocaba salado, y la luna y las estrellas estaban ya sentadas a la mesa, dispuestas para el banquete.

2 comentarios:

ponline dijo...

Como en un viaje de tres días, en el que el segundo es ya el penúltimo... excelente. bienvenido.

mcopola dijo...

Poco importa si esto consigue despegar o se estrella antes de levantar el vuelo, el resultado será parecido. Pero la brisa que me refresque será fruto de vuestro aliento.