jueves, 29 de abril de 2010

CUANDO HAYAS LEIDO ESTO

Cuando hayas leído esto habrás perdido un precioso tiempo que podrías haber aprovechado para leer algo verdaderamente interesante. También podrías haber dedicado ese tiempo a pasear, a charlar o a vivir conscientemente. Te podrías haber permitido un pequeño lujo de descanso, algún pecado ocioso, no hacer nada, para luego retomar el trabajo con mejor humor. Quizás podrías haber preparado la comida o la cena. Haberte duchado para no llegar tarde, como siempre, a la cita con los bares y con esas personas con las que acostumbras a visitarlos. Irte quitando las legañas, que ya son las doce y media. Ordenar la casa, no digo ya limpiar. También trabajar un poco, por qué no. Recoger el paquete del cual te llegó el certificado hace ya semana y media. Hacer un poquito de ejercicio, aunque sólo te quedes en algunos estiramientos, pero hacerlos de pie. Escribir algo de eso que guardas en tu memoria, a algunos nos pasa, a mí poco. Retomar la pintura que tanto te dio cuando se lo pediste. Aprender a tocar un instrumento. Recordar antiguas relaciones, aunque esto no suele ser muy recomendable. Podías haberle hecho el desayuno a tu novia, y llevárselo a la cama, que una vez en la vida es perdonable. Podías haber estado simplemente junto a ti, y escucharte, y perder el tiempo en intentar comprenderte. Podías haber tendido la ropa, o recogerla, plancharla no, para qué. Podías haber fregado los platos, regado las macetas, arreglado la cisterna, descambiado el tdt. También podías haber hecho algo productivo, o algo propio de gente madura y en su sitio, o haberte comportado como un niñato. Podías haber ahuyentado las moscas, que ya son un rebaño entero, aunque también es verdad que así es más fácil guiarlas hasta la ventana. Podías haberte regocijado en tu desdicha, abusado desde la autocompasión de tu destino de mártir, haber cargado una vez más con el trágico yugo de la vida. Podías haberte deleitado con tu imagen frente al espejo, disfrutado del orgullo de merecerlo más que nadie, pobres mortales, ellos aún no han descubierto el secreto, saberte reconocido vencedor en las comparaciones, y esa elegancia que demuestras al no decirlo... Pero no, las circunstancias y tú, a partes iguales, habéis dirigido tus pasos hasta aquí, y mi pequeña e intimidada faceta exhibicionista esboza una sonrisa amenazadora, consciente de haber tenido algo que ver en ello.